Lo que no tiene nombre
Esta novela, circunscrita en la auto ficción, nos lleva a una realidad al ser padres de un hijo maravilloso, único (como lo son para nosotros), y con una enfermedad que se va apoderando de su cuerpo y de su espíritu.
“La pintura ha muerto”, una letanía que también lo acompaña en su deseo de ser artista y que lo empuja entonces a ver el arte desde otra perspectiva, mientras en su interior están las luchas del yo, y de lo social, que lo hacen esforzarse por encajar, cuando su alma es libre y quiere volar.
Quizás, en el fondo, era una premonición, cuando Daniel aún era niño, y Piedad Bonnett escribió el poema La noticia, en el cual decía:
“la ola entra alocada, dando tumbos,
(…)
la ola con su paréntesis vacío para siempre
que viene a recordarnos que vivir era esto,
que hacia ese lugar desde siempre veníamos”
Y ella complementa: “A ese lugar acabo de llegar, a mis sesenta años recién cumplidos. Y Daniel es mi paréntesis vacío”.
Piedad Bonnett reflexiona y escribe: “Pero Daniel también debía odiar aquel cuerpo que lo traicionaba, que lo agredía, lo exponía al miedo, a la confusión, al delirio, y que de forma solapada lo hacía diferente a los otros, frente a los que se veía forzado a representar serenidad y cordura. Y muchas veces debió odiar la vida, esa que tanto amaba, por haberlo escogido a él, precisamente a él, para sacrificarlo”.
“Qué difícil escapar a la ortodoxia, a los cambios trazados por una sociedad que determina cuáles son las normas del éxito”, le decía su hijo.
Una madre que no solo le dio la vida, sino que le da un nuevo renacer a través de las palabras, pero donde no puede encontrar la precisa para el dolor de la ausencia y el miedo al olvido.
Bonnett, en su proceso de escritura comparte la ayuda que tuvo de otros autores y obras para poder plasmar esta historia. Cita El acontecimiento de Annie Ernaux, “… El hecho de haber vivido algo, sea lo que sea, da el derecho imprescriptible de escribir sobre ello. No existe una verdad inferior”.
Y continúa:
“Da el derecho, sí. Pero me pregunto por qué lo hago.
Quizás porque un libro se escribe sobre todo para hacerse preguntas.
Porque narrar equivale a distanciar, a dar perspectiva uy sentido.
Porque contando mi historia tal vez cuento muchas otras.
Porque a pesar de todo, de mi confusión y mi desaliento, todavía tengo fe en las palabras…”.
Por eso, Lo que no tiene nombre es poesía, es arte, es escritura, pero, ante todo, es compañía, para un “Daniel (que) no saltó, sino que voló en busca de su única posible libertad”.